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El triste ocaso de la caja registradora
Todavía recuerdo (y eso que ya han pasado bastantes años) cuánto me llamaban la atención las cajas registradoras cuando era niño. Concretamente la de la panadería que había junto a mi colegio, a la que solíamos peregrinar todos a media mañana en busca de donuts, cuernos y demás delicias de esas que tanto disfrutábamos a media mañana. La caja registradora ha evolucionado mucho desde entonces, primero dando el salto de analógico a digital, y después pasando a contar cada vez con más y más funciones, hasta convertirse en lo que es hoy en día, un TPV (terminal de punto de venta), que no es otra cosa que un ordenador con un software diseñado específicamente y un amplio conjunto de dispositivos adicionales (lector de código de barras, cajón, pantalla táctil, etcétera) con los que el trabajo es más sencillo y efectivo.
Sin embargo, y aunque todavía le queda vida al TPV, especialmente a los sistemas más completos, los medios de pago basados en dispositivos van ganando terreno día a día, y es fácil predecir que esa tendencia no hará sino crecer en el futuro. Es cierto que dicho cambio resulta más sencillo en unos comercios que en otros. Por ejemplo, hay que ser muy creativo para diseñar un sistema que prescinda de la caja registradora para gestionar los pagos de un supermercado, pero resulta mucho más sencillo y, a opinión de muchos, más elegante, realizar ese cambio en comercios en los que el volumen de productos adquiridos por cada usuario no es tan alto, y en los que no se producen colas para realizar los pagos.
Un ejemplo claro de la aplicación de este sistema en las ventas al detalle es, sin duda, el empleado en las tiendas de Apple. En ellas, el personal va equipado con un iPhone (hasta hace algún tiempo era un iPod Touch) que, con el software adecuado y un adaptador para leer tarjetas de crédito, hace gran parte de las funciones de la caja registradora. El cajón en el que se guarda el dinero de los pagos en efectivo se sitúa en el lateral de una de las mesas que emplean para exponer sus productos, y hasta que algún empleado tiene que abrirlo nadie se da cuenta de que está ahí. De esta manera, con este sistema, se agilizan los pagos (no es necesario que cliente y dependiente se dirijan a la caja, salvo para un pago en efectivo), varios trabajadores pueden efectuar cobros de manera simultánea y, así, se elimina la imagen de varias personas haciendo cola frente a una caja (o a una línea de ellas) esperando para pagar.
Sistemas similares empiezan a ser utilizados por boutiques y grandes centros comerciales divididos en pequeños departamentos (al estilo de El Corte Inglés). En algunos casos se ha optado por crear pequeños y discretos espacios privados (como salitas independientes) en las que se ocultan los medios de cobro de la vista general. Pero en otros, especialmente en los que el pago en efectivo es prácticamente inexistente, ¿qué necesidad hay de establecer un punto concreto en el que realizar los pagos? La caja registradora está allí donde se encuentren el cliente y el empleado con un dispositivo habilitado para tal fin.
Uno de los principales frenos a los que se enfrenta este cambio es, sin duda, la poca disposición de muchos comerciantes a admitir el pago con tarjeta en pagos de pequeña cuantía, pero no cabe duda de que las tecnologías dirigidas a incrementar el volumen de operaciones de pago que se realizan con medios electrónicos, como las tarjetas contactless y los dispositivos equipados con NFC supondrán un importante avance en este sentido. Y esto es algo que ya ha vaticinado Gartner, y que sin duda tendrá un gran nivel de incidencia en la progresiva desaparición de la caja registradora.
Y lo más interesante es que, valorando las posibilidades que abre este cambio, aquellos comercios que sean capaces de aprovecharlas y, al tiempo, ofrecer más comodidad a sus clientes (por ejemplo permitiendo el pago con sistemas como PayPal o Apple Pay) seguramente «engancharán» más a sus clientes, que además serán más receptivos a participar en programas de fidelización, que a su vez podrán traducirse en más y mejores ventas.
Imagen: Linnaea Mallette
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