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Opinión

Cómo Amazon me sedujo

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El 14 de marzo de 2006 marcó el comienzo de una nueva era en el mundo de la informática. Fue entonces cuando Amazon Web Services anunció el lanzamiento de su servicio de almacenamiento Simple Storage Service (S3). Técnicamente, AWS ya había lanzado su servicio Simple Queuing Services, pero fue el lanzamiento de S3 el que inició la revolución del cloud computing. Por entonces, yo trabajaba como director general de Frontbridge Technologies, una filial de Microsoft que ofrecía servicios de almacenamiento a largo plazo, antimalware y anti-spam para correo electrónico, todo ello desde la nube. Esta experiencia me permitió entender bien el valor de los servicios en la nube para el cliente. Por aquel entonces yo ya era un devoto de la nube y estaba bastante convencido de que era el futuro.

Sin embargo, fue el anuncio del lanzamiento de Amazon S3 el que me abrió los ojos. La industria tecnológica asiste a cientos de presentaciones cada día, pero la mayoría resultan poco interesantes. El anuncio revolucionó el sector. Lo más sorprendente era el coste del servicio, que representaba casi una centésima parte de lo que pagábamos en aquella época por almacenamiento redundante distribuido por varios centros de datos. Pero, sin embargo, lo verdaderamente revolucionario era que lo único que hacía falta para obtener almacenamiento era una tarjeta de crédito. S3 hacía innecesarias las propuestas de aprobación financiera; no hacía falta presentar solicitudes, ni iniciar procesos de selección de proveedores, ni negociaciones con ellos, ni localizar centros de datos con suficiente espacio. Bastaba con registrarse y ya se podía empezar.

También resultaba muy notable que este anuncio provenía de Amazon y no de una empresa consagrada del ámbito de la informática tradicional. En lugar de surgir de una compañía habituada a elevados márgenes de beneficio, complejas negociaciones e incluso auditorías de licencias, este servicio venía de mano de Amazon. Lo que a Amazon le parecen unos márgenes de beneficio “altos”, en la mayoría de las empresas informáticas haría que los accionistas exigiesen a la junta un cambio inmediato de la directiva.

El S3 suscitó gran interés y todo el mundo se preguntaba cómo sería posible que la compañía no perdiera dinero con cada byte que vendiese, incluso trabajando a gran escala. Yo quedé cautivado y acabé programando varias miles de líneas de código utilizando S3 como sistema de almacenamiento. A veces, el funcionamiento no era perfecto, y había detalles por pulir, pero esta aplicación cimentó en mí la idea de que esto era el comienzo de algo impresionante. Tras unas semanas de testeo y corrección, llegó el fin de mes y recibí la factura de mi Visa. Sabía que S3 tenía un planteamiento revolucionario en cuestión de costes, pero cuando vi que la factura de tan solo 3,08 dólares, pensé que debía tratarse de un error. Luego decidí seguir almacenando todos los datos del testeo en S3, por lo que al mes siguiente recibí una factura por valor de 7 centavos.

Para mí, esto fue tan revolucionario que decidí escribir sobre ello y lo presenté al equipo directivo de la compañía (incluyendo algunas de mis facturas de AWS). Mi argumento clave era que esto no se trataba de un pequeño experimento de Amazon, sino de una forma totalmente novedosa de proveer servicios de infraestructura. Con el tiempo, mi interés por AWS fue creciendo y, para 2007, ya estaba asistiendo a reuniones de grupos de usuarios, haciendo presentaciones en Amazon y, finalmente, acabé aceptando la realidad y uniéndome al equipo de AWS a finales de 2008.

Como miembro del equipo de ingeniería de AWS, resumiría mis primeras impresiones diciendo que todo sucedía muy deprisa. Las ideas nuevas se pasan a código y se ponen a disposición de los clientes a una velocidad que hace que el ritmo de producción de las empresas de informática tradicional parezca más lento que la deriva continental. En AWS, las posibilidades y funciones nuevas ven la luz con una frecuencia tal, que a veces resulta difícil llevar la cuenta.

Otro aspecto interesante de AWS es cómo se plantean los debates en torno a los productos o a la ingeniería necesaria para crearlos. En lugar de tener una “estrategia” y convencer a nuestros clientes de que los productos fruto de esa estrategia es lo que necesitan, en AWS creamos posibilidades que encontramos de utilidad e invertimos rápidamente en servicios que los usuarios puedan adoptar a gran escala. Los servicios buenos se convierten en servicios excepcionales rápidamente. En algunos de mis anteriores trabajos, he visto cómo estos debates acababan prolongándose improductivamente durante años. En AWS, estos debates se zanjan en cuestión de días empleando los datos de uso de nuestros clientes, con lo que podemos centrar nuestra atención en ejecutar lo decidido rápidamente. Gran parte de nuestro esfuerzo acaba en manos de nuestros clientes.

La mejor prueba de una innovación útil es el compromiso de los clientes y la mayor muestra de compromiso por parte de un cliente es la decisión de trasladar todas sus operaciones a nuestra infraestructura en la nube. Netflix ha sido la primera compañía en hacer pública su decisión de llevar a cabo el 100% de sus operaciones en la nube. Algunos de mis ejemplos predilectos de compromiso total por parte de nuestros clientes: Netflix, Kempinski Hotels, Suncorp Group, Infor, Nippon Express, Notre Dame University, National Democratic Institute o The Guardian Media Group.

James HamiltonDesde mi punto de vista, las compañías que han decidido apostar exclusivamente por infraestructuras en la nube son los ejemplos más interesantes y persuasivos de la enorme ola de cambio que está afectando a toda la industria.

James Hamilton, arquitecto de Amazon Web Services.

 

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