A Fondo
Cómo los fundadores de Google renunciaron a seguir mandando
La noticia sorprendió ayer a casi todo el mundo: los fundadores de Google, Larry Page y Sergei Brin daban un paso atrás y renunciaban a sus posiciones en Alphabet (como consejero delegado y presidente respectivamente) cediendo definitivamente el testigo a Sundar Pichai. Como os contamos al dar la noticia, ambos afirmaron en la carta en la que hicieron pública su dimisión, no ser personas apegadas a sus puestos directivos cuando consideran que «hay una manera mejor de gestionar la compañía».
Pero que Page y Brin abandonen sus posiciones ejecutivas en Alphabet no quiere decir ni mucho menos, que ya no tengan nada que decir sobre el futuro de la empresa. Como publica hoy Bloomberg, entre los dos siguen controlando el 51% de las acciones de la organización, por lo que su capacidad de influencia sobre la dirección que a partir de ahora tome la multinacional va a seguir siendo notable.
Por si esto fuera poco, la decisión de apartarse de las operaciones diarias también ha resultado lucrativa para ellos. Como también recuerda la publicación americana, horas después de conocerse la decisión la cotización de las acciones de Google subía un 1,9% en la Bolsa de Nueva York, incrementando el patrimonio neto de ambos en nada menos que 2.000 millones de dólares.
Lo cierto sin embargo es que ni Sergei Brin, que lleva unos años ocupando un puesto que sobre todo es honorífico, ni especialmente Larry Page, tenían la suficiente motivación como para reconducir un barco que pese a sus espectaculares beneficios, parece estar haciendo aguas por todas partes. Y es que en los últimos años Google (y por extensión Alphabet), se ha convertido en una máquina de coleccionar problemas.
La gota que ha colmado el vaso financiero…
A nadie se le escapa que en los últimos años Google ha tenido sus más y sus menos con los reguladores de medio planeta, especialmente con los de la Unión Europea. La multinacional americana ha sido sancionada por los autoridades comunitarias por diversos motivos: 1.490 millones de euros por prácticas publicitarias abusivas en AdSense, 4.300 millones de euros por abuso de posición dominante con Android, 2.400 millones de euros por abuso de posición monopolística al manipular los resultados de búsqueda o 50 millones de euros por violar la GDPR en Francia.
Pero una cosa es ser sancionado y muy duramente en Europa y otra muy diferente es que en Estados Unidos, el «hogar» de la compañía, se disponga a hacer exactamente lo mismo. Y es que el hecho de que el pasado mes de septiembre los fiscales generales de 50 estados de la Unión (es decir, todos menos los de Alabama y California) declararon que se disponían a iniciar una extensiva investigación anti-monopolio contra Facebook y Google se ha convertido en la gota que ha acabado con la paciencia de sus fundadores.
En su declaración ante el congreso, representantes de los fiscales afirmaron tener pruebas de que «las prácticas empresariales de Google pueden haber socavado las posibilidades de elección de los consumidores, ahogado la innovación, violado la privacidad de sus usuarios y puesto a Google en control del flujo y la difusión del grueso de la información en Internet».
Finalmente, merece la pena recordar que como muchas otras multinacionales americanas, Alphabet se ha mostrado esquiva a la hora de pagar los impuestos que le corresponden en los países que generan sus ingresos. El hecho de que varios países (entre ellos se presume que también el español) hayan declarado que se disponen a poner en marcha la conocida como «tasa Google» no ha hecho sino aumentar la tensión.
Y el laboral
Si como hemos visto en el terreno financiero la compañía ha tenido un año complicado, la situación no ha sido mucho mejor en el aspecto laboral. En pocos años la empresa ha pasado de ser la máxima representante de esa cultura startup que desde Silicon Valley ha fascinado a medio mundo, a abandonar su lema «don’t be evil» y comenzar a acaparar titulares por sus malas prácticas.
El hecho más sonado se produjo a finales de 2018, cuando más de 20.000 trabajadores de la compañía a nivel mundial, salieron de sus oficinas para manifestarse y protestar contra el trato inadecuado que según dichos empleados se vive en Google y en las que lanzaron acusaciones graves que incluyen sexismo, racismo, acoso y abuso de poder por parte de los ejecutivos. Según explicaron en ese momento representantes de los trabajadores, «aunque Google ha defendido el lenguaje de la diversidad y la inclusión, las acciones sustanciales para abordar el racismo sistémico, aumentar la equidad y detener el acoso sexual han sido pocas y distantes».
La noticia de que de que Andy Rubin, co-fundador de Android, habría recibido 90 millones de dólares como compensación tras su salida forzada de Google, al descubrirse un caso de acoso sexual en el que este ejecutivo habría estaba implicado, fue la gota que colmó el vaso de los empleados y el germen de estas protestas.
Y aunque en el último año desde la dirección se ha puesto el acento en nuevas políticas internas que nacen con el objetivo de que casos así no se vuelvan a repetir, la compañía no ha podido evitar involucrarse en otras polémicas, como su fallido proyecto (Dragonfly) de entrar en China plegándose a las directrices de su gobierno, o un contrato con el departamento de Defensa de Estados Unidos que nunca se llegó a firmar por la presión de los propios trabajadores de Google, que entendían que supondría agravar la situación de abuso que la Administración Trump ejerce sobre los inmigrantes.
Esta misma semana, la empresa ha vuelto a ser noticia por haber despedido a cuatro de los trabajadores más implicados en estas protestas, a los que ha acusado de haber violado sus protocolos de seguridad de datos.
Los fundadores que nunca quisieron gobernar
En realidad nada de esto tendría la menor importancia, si Larry Page y Sergei Brin hubiesen sido dos personas diferentes a las que son realmente. Los creadores de Google son hombres de negocios por accidente y si acabaron fundando su propia empresa y dirigiéndola con tanto éxito es porque en realidad, no tuvieron más remedio que hacerlo.
Como explican hoy en el «The New York Times» (How Google’s Founders Slowly Stepped Away From Their Company) la idea inicial de ambos no era otra que la de vender su tecnología al mejor postor y solo cuando descubrieron que sobre el tapete no había ninguna oferta interesante, se decidieron a montar su propia empresa. Que más tarde demostraran tener un talento genuino y auténtico para los negocios y que además de ser ingenieros supieran explotar ese talento empresarial con éxito es, aunque parezca mentira, secundario.
La primera prueba de que esto era así es que en 2001 la junta directiva de Google propone a la pareja de ingenieros la posibilidad de fichar un CEO externo: alguien con experiencia que pudiera dirigir el futuro de la compañía «ahora que la cosa se está poniendo seria». A ambos les parece una idea estupenda y no tardan en volver con un nombre bajo el brazo: Eric Schmidt. Conocido en la época por su trabajo a alto nivel en Novell, en realidad si Schmidt aterriza en Google es porque un año antes los tres habían coincidido en el festival «Burning Man», uno de esos eventos que empieza a alcanzar la categoría de leyenda.
Con Schmidt al mando de las operaciones diarias, Page y Brin deciden dedicarse a lo que más les interesa: inventar. Es así como nace «X The Moonshot Factory», la división desde la que Google propone todo tipo de proyectos con los que literalmente «cambiar el mundo». Y sí, es que aquí donde nacen las poco afortunadas Google Glass, es aquí donde se diseñan esas lentillas capaces de mejorar la calidad de vida de las personas que sufren de diabetes y es aquí donde en 2005, antes que nadie, se empieza a trabajar en el coche autónomo.
Y con todo, hay algo en el carácter de Page (no en el de Brin) que le hace querer volver a la primera fila de batalla. Así que en 2011 le dice a Schmidt eso de «muchas gracias por los servicios prestados» y vuelve a ocupar la posición de CEO, impulsando tanto el crecimiento de la empresa que en 2015 se hace necesario diseñar un «paraguas» para contenerla…y nace Alphabet.
¿A quién deciden poner ese año a los mandos de Google? A Sundar Pichai. Y la decisión resulta ser tremendamente acertada. Porque Pichai se muestra dispuesto a hacer y ejecutar todo aquello que a Page le «da pereza» o no le interesa hacer: gestionar una empresa, sus problemas internos y su conflictividad laboral. Si hay que entenderse con los sindicatos, si hay una protesta que aplacar, si hay que negociar con la UE o con el departamento de Comercio, se manda a Pichai.
Pero incluso así, Page se ve desbordado. Cuatro años más tarde del nombramiento del CEO de Google se da cuenta de que en realidad no quiere seguir al frente de Alphabet, que lo suyo es otra cosa: renunciar al puesto y seguir innovando.
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