Opinión
La nueva estrategia de Joe Biden en la guerra tecnológica con China
Con la elección de Joe Biden como presidente de Estados Unidos, la guerra tecnológica con China tomará un cariz distinto al que hemos visto en estos últimos cuatro años con el presidente Trump. En gran medida, Biden volverá a las políticas de Barack Obama con quien sirvió como vicepresidente entre 2009 y 2016. En esos ocho años, Obama intentó llegar a un entendimiento con China. Entendimiento no significa contentamiento. Obama era consciente de la amenaza que suponía entonces (y hoy) China para la seguridad y la ciberseguridad de Occidente, de Estados Unidos y Europa, además de Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y Canadá. Por ejemplo, siendo consciente Obama de que “la innovación tecnológica es el motor de la economía americana, es incomprensible que haya sido China quien haya inventado el famoso Tren Bala de Shanghái: ese tren lo teníamos que haber inventado nosotros, los norteamericanos”, afirmó Obama en su discurso del estado de la Unión de 2010.
¿Acaso ha quedado América rezagada en la carrera tecnológica con China? La realidad es que no. Pero el comunismo suele proyectar una imagen muy positiva de sí mismo, que no se corresponde con la realidad. Por ejemplo, durante la Guerra Fría entre Occidente y la extinta Unión Soviética, los soviets hicieron creer a los norteamericanos que su economía era más boyante que la estadounidense, cuando la realidad era la contraria. Igualmente, si hoy hablamos de “carrera tecnológica”, entonces nos referíamos a la “carrera nuclear”. Consistía en fabricar más armas nucleares que el contrario para tener siempre una “ventaja estratégica”. América se podía permitir el lujo de gastar a mansalva en fabricar armas nucleares porque la economía capitalista triunfaba y, en cambio, la Unión Soviética, con su sistema colectivista contrario a la propiedad privada, estaba en bancarrota. La puntilla la puso -en lo que puede denominarse un gran logro tecnológico- Ronald Reagan con su escudo nuclear antimisiles que comúnmente se conoce como “la guerra de las galaxias”, porque la denominación procede de la famosa película.
Cuando desapareció la URSS, China tomó el relevo como la gran superpotencia que quería quitarle a EEUU la primacía mundial. Por contraste con los soviéticos, los comunistas chinos fueron pragmáticos y, conscientes que la mala gestión económica rusa había sido una de las causas de su destrucción, decidieron, con Deng Xiaoping (1982) adoptar el capitalismo de estado bajo férreo control del partido y del ejército. De hecho, en los últimos cuarenta años, en China, las tecnologías de la información (TIC) se han desarrollado desde sus servicios de inteligencia y del ejército. Algunas empresas tecnológicas chinas son simples tapaderas de espías y militares chinos. Y, las empresas tecnológicas chinas que han triunfado en Asia y se han extendido a EEUU y Europa, lo han hecho con la ayuda de la financiación pública del estado chino. Este hecho y que los chinos han sabido copiar muy bien las invenciones tecnológicas norteamericanas, les ha dado una cierta ventaja competitiva.
Aun así, EEUU sigue ganando la batalla, aunque no la guerra, que durará décadas. Las empresas más exitosas y valiosas del mundo son norteamericanas y tecnológicas: Apple, con un valor de mercado actual de 2,3 billones de dólares; Amazon (1,57 billones), Microsoft (1,62 billones), Alphabet (1,20 biillones), Facebook (783.000 millones de dólares), Paypal (225.000 millones), Salesforce (212.000 millones) y un largo etcétera.
Las empresas tecnológicas chinas, siendo valiosas, no lo son tanto como las norteamericanas: Tencent, dueña de las redes sociales -tan famosas- WeChat y TikTok, vale 718.000 millones de dólares y Alibaba tiene una capitalización de mercado de 694.000 millones. Por debajo están Huawei, Xiaomi, ByteDance, Ant Group, etc.
Sin embargo, las empresas chinas tienen un enorme poder de apalancamiento porque, además de disponer de financiación pública, fabrican tanto componentes como productos finales por lo que Apple, HP, Intel y muchas otras compañías norteamericanas dependen de los bajos costes laborales y de producción chinos para ser competitivas. Trump quiso revertir este fenómeno cuando llegó a la presidencia de EEUU con su “America First” y “Make America Great Again”, no muy diferentes del lema de Joe Biden: “Buy American”. En vez de comprar a los chinos, se entiende.
Obama (2009-2016) había optado por el diálogo con China, como había hecho Ronald Reagan con Mikhail Gorbachev. Creó el Diálogo Económico y Estratégico en mayo de 2009 para tener una línea abierta de comunicación con China. Y, en paralelo, promovió acuerdos de libre comercio en la región como el TTP o Acuerdo de Libre Comercio en Asia Pacífico. Obama buscó la ayuda con los países aliados de EEUU, quienes también sentían -sienten- la amenaza tecnológica china que, en palabras de Xi Jinping, presidente chino, busca “la primacía económica, militar y tecnológica de China en el mundo en 2049”, cuando se cumplirá el primer centenario de la creación del estado comunista chino por Mao en 1949.
Con Trump las cosas cambiaron radicalmente y el presidente norteamericano acabó con el Diálogo Económico y Estratégico y lo sustituyó por un diálogo personal entre él y el presidente chino. Entre 2017 y 2020 ha habido un tira y afloja entre Estados Unidos y China: a veces, acercamiento y, otras, enfrentamiento que derivaba en la imposición mutua de sanciones mediante aranceles comerciales. Trump quiso atraer la producción de las empresas tecnológicas norteamericanas a suelo patrio, abandonando las “ciudades fábricas” chinas. El incentivo de Trump fue fiscal, muy atractivo para empresas que obtienen grandes beneficios. Y, por partida doble: si las empresas TIC americanas repatriaban beneficios a EEUU en vez de dejarlos en sus filiales y, si volvían a fabricar en USA en vez de hacerlo en China, serían recompensadas fiscalmente en el impuesto de sociedades con una reducción del tipo impositivo desde el 25% al 10%. Empresas como Intel, HP, Microsoft y Apple, si no trasladaron en estos últimos cuatro años toda su producción a EEUU, al menos construyeron fábricas en Texas, California y Arizona, creando miles de empleos de calidad.
Joe Biden cambiará de estrategia en la guerra tecnológica con China. Cambiará de estrategia y de tablero de juego. Porque necesita recaudar más impuestos para reactivar la economía americana, sumida en una recesión como consecuencia de la pandemia, como el resto de países. Biden subirá los impuestos a las corporaciones, en vez de bajarlos, como hizo Trump. En el comercio, Biden buscará reforzar de nuevo los acuerdos con los aliados, para hacer un frente común con China. Respecto a la producción, Biden apuesta por una economía verde, con energías renovables, lo que supondrá, de llevarse a cabo, una nueva forma de fabricar. Y, además, Biden quiere impulsar la digitalización de Estados Unidos, lo que supondrá más contratos y carga de trabajo para las empresas tecnológicas norteamericanas.
Jorge Díaz-Cardiel. Socio director general de Advice Strategic Consultants. Economista, Sociólogo, Abogado, Historiador, Filósofo y Periodista. Autor de más de mil artículos de economía y relaciones internacionales, ha publicado una veintena de libros.
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