A Fondo
Web3: del hype a lo altamente improbable
En las últimas semanas, el término «Web3» se ha puesto de moda. Algunos creen que puede cambiar Internet para siempre, mientras que otros consideran que no es más que otra vuelta de tuerca en ese control de la Red que se lleva desarrollando desde hace años, pero desde una perspectiva diferente.
Entre los segundos, Jack Dorsey. El ex-CEO de Twitter ha estado en el centro de la polémica cuando el pasado 22 de diciembre utilizó su red social preferida para decir que «la Web3 no es un fuerza para democratizar la web, sino una herramienta para los fondos de capital riesgo». La declaración no sentó muy bien en determinados círculos y como el ambiente ya llevaba unos días caldeado, Marc Andreessen, uno de los principales VC con intereses en lo que la Web3 representa, acabó bloqueando a Dorsey.
Pero para entender la razón del enfado de algunos fondos de inversión con Dorsey, o por qué el creador de Twitter se ha mostrado tan abiertamente contrario a esta idea, es necesario dar un paso atrás y explicar que es Web3, sobre qué principios se asienta y si finalmente, estos van a importar en algún momento.
De la Web 1.0 a la Web3
En el desarrollo de Internet, los usuarios nos hemos relacionado con la Web 1.0 (desde sus inicios hasta probablemente 2004), la Web 2.0 (desde 2004 al momento actual) y algunos consideran que tímidamente comenzamos a hacerlos con la Web3.
La Web 1.0 se basaba en una idea auténticamente democratizadora de la Red y el uso de estándares y tecnologías abiertas. Además de las páginas HTML, es la era de los foros on-line, los grupos de noticias en Usenet, las charlas a través de clientes IRC, o el uso del FTP para la descarga de archivos. También en muchos casos representaba una conversación unidireccional, de uno hacia muchos.
El desarrollo de la Web 2.0 supone una democratización en esa charla, ya que permite conversaciones masivas de muchos a muchos, gracias a entre otras cosas, la popularización de las redes sociales. Pero también supone el desembarco de las grandes corporaciones en Internet, con sus cosas buenas como el impulso del comercio electrónico o el ayudarnos a conectar con otros, y las no tan buenas, como la creación de plataformas propietarias, el control de la conversación y la compra-venta indiscriminada de los datos personales de los usuarios con fines publicitarios y de control.
En el apogeo de esta Web 2.0 en la que todavía nos encontramos, comienza a fraguarse el concepto de Web3: una posible Internet del futuro en la que todos los datos y contenidos se registran en blockchains, se tokenizan y se accede a ellos en redes distribuidas P2P con el fin de democratizar Internet, poner el poder en manos de los creadores de contenidos y arrebatar el control a gobiernos y empresas.
Criptomonedas, NFT y Blockchain
En esta definición de Web3 encontramos algunas de las ideas que ya estaban presentes en la Web 1.0, como la democratización y la descentralización de la información, pero que de alguna forma, se perdieron con el desarrollo de una por otro lado muy bien intencionada Web 2.0 en sus orígenes.
Por supuesto la idea de Web3 puede sonar bien…para los entusiastas de las criptomonedas, los que han empezado a hacer negocios vendiendo sus propios NFTs y sí, los fondos de capital riesgo que consideran que en ambos casos hay una gran oportunidad de negocio que se puede aprovechar.
Y sin embargo, no está del todo claro de qué forma se va a pasar de las palabras a los hechos o incluso si en algún momento esto va a pasar. El propio Elon Musk, que de criptomonedas sabe algo, ha afirmado recientemente que, como el metaverso, Web3 es solo «marketing-hype» y él no lo entiende.
Llama la atención cómo dos de los términos que más se han repetido en los últimos meses (Metaverso y Web3) describen plataformas que no existen en realidad y de las que no se espera nada realmente interesante hasta como mínimo dentro de una década o más. Es probable por supuesto, que el negocio de las divisas virtuales, de las cadenas de bloques y los NFTs siga creciendo. Pero que la relación de estos tres conceptos de una forma aún por determinar acabe dando lugar a una nueva forma de concebir Internet, es algo que se antoja muy lejano. En todo caso, la Web3 se quiere parecer más a ese «next big thing» que buscan las compañías tecnológicas que a una revolución democratizadora que juegue a favor de los intereses de los usuarios. Y ahí Jack Dorsey seguramente esté en lo cierto.
Del hype a la realidad
Por mucho que ese empeñen los defensores de Web3, lo cierto es que como aseguran en ComputerWord, a corto y medio plazo resultará básicamente imposible conseguir que usuarios, empresas y organizaciones se pongan de acuerdo en el desarrollo de una nueva Internet basada en la cadena de bloques. Entre otras cosas porque para el usuario medio, que no crea contenidos monetizables, esto no tiene ningún valor.
Y no es que no se haya intentado. Frente a plataformas como Facebook o Twitter, empresas como iniciativas como Mastodon han propuesto a los usuarios el apostar por redes sociales auténticamente descentralizadas y no controladas por ninguna empresa. ¿El resultado? Los usuarios han seguido utilizando Facebook, Twitter, TikTok y YouTube.
Por otro lado, no parece muy probable que compañías como Meta, Google, Amazon o incluso Apple, que se han hecho mil millonarias gracias al desarrollo de la Web 2.0 estén muy por la labor de apostar por una red completamente descentralizada en la que son los usuarios los que toman el control y las grandes corporaciones el que lo pierden.
Incluso si esto fuera así, en un mundo ideal Web3 supone una participación activa de cada uno de los usuarios de esa futura Internet, como inversores de su propia «empresa personal». Como esto no es posible, son las startups que previsiblemente actuarían como intermediarias en esta Internet descentralizada (albergando por ejemplo esos contenidos tokenizados), las que más tendrían que ganar y que de hecho aspiran, por la propia lógica capitalista de los negocios, a convertirse a grandes empresas que controlen esa nueva «Internet democrática». Porque seamos serios: los inversores en capital riesgo invierten para ganar dinero, no para hacer felices a los internautas.
Ni siquiera en estos momentos, el mundo de las criptomonedas, uno de esos pilares sobre los que se quiere fundar la nueva web, es democrático o igualitario. Baste recordar en este sentido que un nuevo estudio publicado por Baystreet esta semana ponía el foco de atención en lo que cada vez resulta más evidente: el grueso de los Bitcoins en circulación está en cada vez menos manos (se calcula que el 0,01% de los titulares de Bitcoin ya controlan el 27% de las monedas en circulación).
En definitiva, una cosa es tener servicios basados en blockchain y tokenizados que funcionen sobre la web que ya conocemos y otra muy distinta pensar que van a sustituir la infraestructura existente. Lo primero es desde luego muy real y va a ir a más; lo segundo, altamente improbable.
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